Episodio 11

Jenner Chen

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Grabado en Espacio Furia Mariposa el 11 de Noviembre de 2021

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Maldición de dragón  (Gustavo Roldán)

Que tengas comida hasta estar harto todos los días de tu vida.

Y que vivas muchos años.

Que nunca te falten ni el agua ni la luz.

Que los senderos sean suaves cuando los camines.

Que las espinas se aparten de tu lado.

Que tus enemigos te dejen pasar sin atacarte.

Que ningún dolor te hiera en el costado.

Que nadie te lastime a traición. Que nadie te ofenda ni siquiera con un gesto.

Que tengas todo lo que se pueda desear, por largos, larguísimos años.

Pero que te falte el amor.


Gina – Maria Teresa Andruetto (Libro: No a mucha gente le gusta esta tranquilidad)

Llegaba a casa los domingos, a veces ya borracha y si no, se emborrachaba ahí, con nosotros, antes del almuerzo o en la sobremesa, cuando mi papá se había ido a dormir la siesta y mi madre o yo lavábamos los platos. Era enfermera en un consultorio médico, pero también trabajaba a domicilio; iba en motoneta, con frío o calor, con su caja de inyecciones que ponía al fuego directo, como se estilaba entonces, con las jeringas de vidrio bruntulando en el agua, para esterilizarlas de aquel modo casero. En cada casa tomaba unos tragos, aperitivos que se repetían como un cine continuado, de modo que a medida que iban pasando las horas… Dividía al mundo entre los que le caían bien y los que no. Yo no le caía bien, Esta chica le va a causar problemas, le decía a mi madre, ¿por qué?, preguntaba ella, Gina sabe… Había nacido en el pueblo de los Agnelli, los fundadores de la FIAT, de los que sus hermanos y ella habían sido vecinos y amigos. El pueblo donde nació mi padre está apenas más abajo, hacia Torino, pero según creo no se conocieron allá. No sé por qué razón no habré escrito antes sobre ella, que fue parte de nuestra vida desde los recuerdos más antiguos. Mi madre, a veces también mi padre, me contaron que cuando apenas habían llegado los dos a Aldao y alquilaban, conmigo de meses, una pieza en un conventillo, se presentó esta italiana buscando a mi papá. Mi mamá no recuerda ahora si los dos se vieron ahí por primera vez o si se conocían ya de Italia. Era un poco mentirosa, lo descubrimos un día con mi madre, y cuando mentía, acompañaba el relato con un carraspeo. Inventaba trabajos que había tenido, personas famosas que había conocido, aunque a veces pienso que en el fondo de todas esas mentiras había manchones de verdad. En Italia había trabajado como obrera y aquí, como mujer de la limpieza o cuidando ancianos y sobre todo como enfermera en hospitales, clínicas y consultorios y también por su cuenta colocando inyecciones o pasando botellas de suero. Le habían sucedido pronto las cosas que tarde o temprano nos suceden a todos, miseria o destrato, decepciones, demasiado cigarrillo y alcohol, alguna enfermedad importante, trabajos duros o aburridos, problemas con sus hermanos, todos varones, o con los jefes o con las amigas y sobre todo el desgarro de aquel viaje en barco, la decisión abrupta de romper con todo para venir a Argentina y no poder o no querer regresar ya nunca.


Desnuda en la tienda (María Teresa Andruetto)

Necesito ropa, dijiste. Una blusa

alegre, de color subido. Y fuimos

a la tienda. La chica que nos llevó

a los vestidores se llamaba Tula.

Te queda rico, dijo, te queda de novela.

Nos metimos las dos en esa caja,

entrábamos apenas.

Como no había asientos ni percheros

te ofrecí mis brazos.

Te sacaste el vestido, la campera,

te sacaste la blusa, las hombreras,

te sacaste el turbante, la remera,

te sacaste el corpiño, la bolsita de mijo,

te miraste al espejo y me miraste

y yo vi tu pecho crudo, las costillas

al aire, y después tu corazón

como una piedra, fuerte y fatal

como una piedra.     

                                

Ya está dicha la pena – María Teresa Andruetto (Libro: Cleofé)

¿Quién sos?

La Tere

¿Qué Tere?

La Tere tuya.

Alumbrame que estoy loca.

No estás loca.

Estoy bien loca porque hay que sacarse

la pena. Es mala la pena,

es toda mala.

Sí, es mala.

Ya está dicha la pena. Es dura.

Sí, es dura.

Cuando veo llorar lloro,

pero no me dejo ver.

¿Querés un poco de agua?

No quiero agua, ni plata, ni nada, 

quiero amor.


Un tiempo de pasión (Sharon Olds)

Después entramos en un tiempo de pasión tan

extrema que era casi calma, el cuerpo

duplicaba lo que quería soportar. La angustia

y el placer jugaban una con otro. Nos salíamos de lo que yo había

pensado era el camino, y volvíamos fácilmente.

Y todo se hacía bajo una luz tranquila, como si nuestros

sueños infantiles se hubieran despertado, el antiguo

equilibrio de poderes desnudo en el cuarto,

el chasquido ocasional de una palmada cargada de lujuria dulce

y extrema. Cuando me oía a mí misma pidiendo cosas,

mi susurro grave era como el siseo

de alguna otra criatura. El sexo había sido

como música, alto y brillante como la luna,

azúcar como la leche que había saltado en un pequeño

arco desde el pecho. Había parecido que estábamos desatados

como el fuego puede desatarse de la tierra,

o el aire del agua, que éramos flores que las estaciones

abrían y cerraban, habíamos sido interpretados. Ahora

éramos dos personas, jugando la una con la otra,

como si no hubiera habido nada sagrado. Ahora,

entraban la voluntad, el abandono del cielo,

y extremos de emoción que yo no había sabido que existieran

fuera de las habitaciones donde las personas se lastiman unas a otras.

Nos amábamos. Nuestro nido había estado vacío

por unos años ya. Encerrados juntos, o un

dedo de uno tocando un

pezón del otro, volábamos de cabeza hacia

la tierra y salíamos de ella, como ensayando.

Nunca se me cruzó la idea de que él ya no me

amara, de que hubiéramos dejado el reino del amor. 

– – – – – – – –

Pretérito futuro imperfecto (Sharon Olds)

Cuando estamos acostados apilados juntos ahí,

desechos, marcas de la marea, a veces murmuro

Tomo su pesada cabeza entre las manos.

A veces las palabras vienen de un exceso de cariño, a veces de un repentino acceso de vacío,

el aislamiento de ser una sola

criatura que tiene dos cuerpos otra vez.

Mi boca se abre como si besara, susurro,

me viste en la piscina, estaba presumiendo

para ti-había caminado lentamente hacia el, 

quería que sintiera deseo,

que supiera lo que es el hambre. Te vi, dice,

y aunque somos el residuo de una ola gigante,

una ondulación nos atraviesa. Acuno

su cabeza, suavemente aferrándola en parte por

el pelo, entre mis palmas, está casi dormido, 

mascullo, cerca de los pequeños médanos de su

oreja, Pideme que te mire,

sus ojos se abren con una densidad.

Como la luz de las nubes en un océano tranquilo,

mírame, dice, y lo miro

y nos reimos, calladamente, unos meses mas tarde

Pensaré en ese dia, y nos oiré, la pareja

que pensé que entraba a márgenes nuevos

de juego, veré su cansancio

y su soledad,

nos quedaban semanas, mirare

hacia atrás y veré el silencio, la ignorancia

moviéndose en el aire alrededor de ellos, mientras el que

sabía juntaba fuerzas, y el que no

sabía que se mantenía alerta.


PROFECÍA – Rafael de León     NEGRO

Me lo contaron ayer

las lenguas de doble filo,

que te casaste hase un més

y me quedé tan tranquilo…

Otro cualquiera en mi caso,

se hubiera echao a llorá,

yo, cruzándome de brazos

dije que me daba igual.

Nada de pegarme un tiro

ni enredarme en maldiciones

ni apedrear con suspiros

los vidrios de tus balcones.

¿Que te has casao? -¡Buena suerte!

Vive cien años contenta

y a la hora de la muerte,

Dios no te lo tenga en cuenta.

Que si al pie de los altares

mi nombre se te borró,

por la gloria de mi mare

que no te guardo rencor.

Porque sin sé tu marío,

ni tu novio, ni tu amante,

yo fui quien más te ha querío,

con eso tengo bastante.

Y haciendo un poco de historia,

nos volveremos atrás,

para recordar la gloria

de mis días de chaval.

-¿Qué tiene el niño, Malena?

Anda como trastornao,

le encuentro cara de pena

y el colorcillo quebrao.

Y ya no juega a la tropa,

ni tira piedras al río,

ni se destroza la ropa

subiéndose a coger níos.

¿No te parece a ti extraño?

No es una cosa muy rara

que un chaval de doce años

lleve tan triste la cara?…

Mira que soy perro viejo

y estás demasiao tranquila:

¿Quieres que te dé un consejo?

Vigila, mujer, ¡vigila!

(Y fueron dos centinelas

los ojitos de mi mare):

-Cuando sale de la escuela

se va pa los Olivares.

-Y ¿qué es lo que busca allí?

-Una niña. Tendrá el mismo tiempo que él.

José Miguel, no le riñas,

que está empezando a querer.

Mi pare encendió un pitillo,

se enteró bien de tu nombre,

y te compró unos zarcillos

y a mí un pantalón de hombre.

Yo no te dije ¡te adoro!

pero amarré en tu balcón

mi lazo de seda y oro

de primera comunión.

Y tú, fina y orgullosa,

me ofreciste en recompensa

dos cintas color de rosa

que engalanaban tus trenzas.

-Voy a misa con mis primos.

-Bueno, te veré en la Ermita.

Y qué serios nos pusimos

al darte el agua bendita.

Mas luego en el campanario,

cuando rompimos a hablar:

-Dice mi tiíta Rosario

que la cigüeña es sagrá,

y el colorín, y la fuente,

y las flores, y el rocío,

y el romero de los montes

y el bronce de esta campana

y aquel torito valiente

que está bebiendo en el río,

y aquella cinta lejana

que la llaman horizonte.

¡Todo es sagrao: cielo y tierra,

porque too lo hizo Dios.

¿Qué te gusta más? ¡Tu pelo!

¡Qué bonito le salió!

-Pues, ¿y tu boca, y tus brazos,

y tus manos redonditas,

y tus pies fingiendo el paso

de las palomas zuritas?

Con la pureza de un copo

de nieve te comparé;

te revestí de piropos

de la cabeza a los pies.

A la vuelta te hice un ramo

de pitiminí precioso.

Y luego nos retratamos

en el agüita del pozo.

Y hablando de estas pamplinas

que se inventan las criaturas,

llegamos hasta la esquina

cogidos por la cintura.

Yo te pregunté: -¿En qué piensas?

Tú dijiste: -En darte un beso.

Y yo sentí una vergüenza

que me caló hasta los huesos.

De noche, muertos de luna,

nos vimos por la ventana.

-¡Chis!… Mi hermanito está en la cuna,

le estoy cantando la nana.

«Quítate de la esquina,

chiquillo loco,

que mi mare no quiere

ni yo tampoco.»

Y mientras que tú cantabas

yo, inocente me pensé

que nos casaba la luna

como a marío y mujer.

¡Pamplinas! Figuraciones

que se inventan los chavales,

después la vía se impone:

tanto tienes, -tanto vales.

Por eso, yo al enterarme

que llevas un mes casá,

no dije que iba a matarme,

sino que me daba igual.

Mas como es rico tu dueño,

te vendo esta profecía:

Tú, cada noche, entre sueños

soñarás que me querías,

y recordarás la tarde

que mi boca te besó.

Y te llamarás ¡Cobarde!

como te lo llamo yo,

y verás, sueña que sueña,

que me morí siendo chico.

Y se llevó la cigüeña

mi corazón en su pico.

Pensarás: no es sierto nada.

Yo sé que lo estoy soñando.

Pero allá en la madrugada

te despertarás llorando,

por el que no es tu marío,

ni tu novio, ni tu amante,

sino el que más te ha querío:

con eso tengo bastante.

Por lo demás, tó se orvía.

Verás cómo Dios te envía

un hijo como una estrella.

Avísame deseguida,

me servirá de alegría

cantarle la nana aquella:

«Quítate de la esquina,

chiquillo loco,

que mi mare no quiere

ni yo tampoco.»

Pensarás: Nno es sierto nada.

Yo sé que lo estoy soñando».

Pero allá en la madrugada

te despertarás llorando

por el que no es tu marío

ni tu novio, ni tu amante,

sino el que más te ha querío:

con eso tengo bastante.