
Maldición de dragón (Gustavo Roldán)
Que tengas comida hasta estar harto todos los días de tu vida.
Y que vivas muchos años.
Que nunca te falten ni el agua ni la luz.
Que los senderos sean suaves cuando los camines.
Que las espinas se aparten de tu lado.
Que tus enemigos te dejen pasar sin atacarte.
Que ningún dolor te hiera en el costado.
Que nadie te lastime a traición. Que nadie te ofenda ni siquiera con un gesto.
Que tengas todo lo que se pueda desear, por largos, larguísimos años.
Pero que te falte el amor.
Gina – Maria Teresa Andruetto (Libro: No a mucha gente le gusta esta tranquilidad)
Llegaba a casa los domingos, a veces ya borracha y si no, se emborrachaba ahí, con nosotros, antes del almuerzo o en la sobremesa, cuando mi papá se había ido a dormir la siesta y mi madre o yo lavábamos los platos. Era enfermera en un consultorio médico, pero también trabajaba a domicilio; iba en motoneta, con frío o calor, con su caja de inyecciones que ponía al fuego directo, como se estilaba entonces, con las jeringas de vidrio bruntulando en el agua, para esterilizarlas de aquel modo casero. En cada casa tomaba unos tragos, aperitivos que se repetían como un cine continuado, de modo que a medida que iban pasando las horas… Dividía al mundo entre los que le caían bien y los que no. Yo no le caía bien, Esta chica le va a causar problemas, le decía a mi madre, ¿por qué?, preguntaba ella, Gina sabe… Había nacido en el pueblo de los Agnelli, los fundadores de la FIAT, de los que sus hermanos y ella habían sido vecinos y amigos. El pueblo donde nació mi padre está apenas más abajo, hacia Torino, pero según creo no se conocieron allá. No sé por qué razón no habré escrito antes sobre ella, que fue parte de nuestra vida desde los recuerdos más antiguos. Mi madre, a veces también mi padre, me contaron que cuando apenas habían llegado los dos a Aldao y alquilaban, conmigo de meses, una pieza en un conventillo, se presentó esta italiana buscando a mi papá. Mi mamá no recuerda ahora si los dos se vieron ahí por primera vez o si se conocían ya de Italia. Era un poco mentirosa, lo descubrimos un día con mi madre, y cuando mentía, acompañaba el relato con un carraspeo. Inventaba trabajos que había tenido, personas famosas que había conocido, aunque a veces pienso que en el fondo de todas esas mentiras había manchones de verdad. En Italia había trabajado como obrera y aquí, como mujer de la limpieza o cuidando ancianos y sobre todo como enfermera en hospitales, clínicas y consultorios y también por su cuenta colocando inyecciones o pasando botellas de suero. Le habían sucedido pronto las cosas que tarde o temprano nos suceden a todos, miseria o destrato, decepciones, demasiado cigarrillo y alcohol, alguna enfermedad importante, trabajos duros o aburridos, problemas con sus hermanos, todos varones, o con los jefes o con las amigas y sobre todo el desgarro de aquel viaje en barco, la decisión abrupta de romper con todo para venir a Argentina y no poder o no querer regresar ya nunca.
Desnuda en la tienda (María Teresa Andruetto)
Necesito ropa, dijiste. Una blusa
alegre, de color subido. Y fuimos
a la tienda. La chica que nos llevó
a los vestidores se llamaba Tula.
Te queda rico, dijo, te queda de novela.
Nos metimos las dos en esa caja,
entrábamos apenas.
Como no había asientos ni percheros
te ofrecí mis brazos.
Te sacaste el vestido, la campera,
te sacaste la blusa, las hombreras,
te sacaste el turbante, la remera,
te sacaste el corpiño, la bolsita de mijo,
te miraste al espejo y me miraste
y yo vi tu pecho crudo, las costillas
al aire, y después tu corazón
como una piedra, fuerte y fatal
como una piedra.
Ya está dicha la pena – María Teresa Andruetto (Libro: Cleofé)
¿Quién sos?
La Tere
¿Qué Tere?
La Tere tuya.
Alumbrame que estoy loca.
No estás loca.
Estoy bien loca porque hay que sacarse
la pena. Es mala la pena,
es toda mala.
Sí, es mala.
Ya está dicha la pena. Es dura.
Sí, es dura.
Cuando veo llorar lloro,
pero no me dejo ver.
¿Querés un poco de agua?
No quiero agua, ni plata, ni nada,
quiero amor.
Un tiempo de pasión (Sharon Olds)
Después entramos en un tiempo de pasión tan
extrema que era casi calma, el cuerpo
duplicaba lo que quería soportar. La angustia
y el placer jugaban una con otro. Nos salíamos de lo que yo había
pensado era el camino, y volvíamos fácilmente.
Y todo se hacía bajo una luz tranquila, como si nuestros
sueños infantiles se hubieran despertado, el antiguo
equilibrio de poderes desnudo en el cuarto,
el chasquido ocasional de una palmada cargada de lujuria dulce
y extrema. Cuando me oía a mí misma pidiendo cosas,
mi susurro grave era como el siseo
de alguna otra criatura. El sexo había sido
como música, alto y brillante como la luna,
azúcar como la leche que había saltado en un pequeño
arco desde el pecho. Había parecido que estábamos desatados
como el fuego puede desatarse de la tierra,
o el aire del agua, que éramos flores que las estaciones
abrían y cerraban, habíamos sido interpretados. Ahora
éramos dos personas, jugando la una con la otra,
como si no hubiera habido nada sagrado. Ahora,
entraban la voluntad, el abandono del cielo,
y extremos de emoción que yo no había sabido que existieran
fuera de las habitaciones donde las personas se lastiman unas a otras.
Nos amábamos. Nuestro nido había estado vacío
por unos años ya. Encerrados juntos, o un
dedo de uno tocando un
pezón del otro, volábamos de cabeza hacia
la tierra y salíamos de ella, como ensayando.
Nunca se me cruzó la idea de que él ya no me
amara, de que hubiéramos dejado el reino del amor.
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Pretérito futuro imperfecto (Sharon Olds)
Cuando estamos acostados apilados juntos ahí,
desechos, marcas de la marea, a veces murmuro
Tomo su pesada cabeza entre las manos.
A veces las palabras vienen de un exceso de cariño, a veces de un repentino acceso de vacío,
el aislamiento de ser una sola
criatura que tiene dos cuerpos otra vez.
Mi boca se abre como si besara, susurro,
me viste en la piscina, estaba presumiendo
para ti-había caminado lentamente hacia el,
quería que sintiera deseo,
que supiera lo que es el hambre. Te vi, dice,
y aunque somos el residuo de una ola gigante,
una ondulación nos atraviesa. Acuno
su cabeza, suavemente aferrándola en parte por
el pelo, entre mis palmas, está casi dormido,
mascullo, cerca de los pequeños médanos de su
oreja, Pideme que te mire,
sus ojos se abren con una densidad.
Como la luz de las nubes en un océano tranquilo,
mírame, dice, y lo miro
y nos reimos, calladamente, unos meses mas tarde
Pensaré en ese dia, y nos oiré, la pareja
que pensé que entraba a márgenes nuevos
de juego, veré su cansancio
y su soledad,
nos quedaban semanas, mirare
hacia atrás y veré el silencio, la ignorancia
moviéndose en el aire alrededor de ellos, mientras el que
sabía juntaba fuerzas, y el que no
sabía que se mantenía alerta.
PROFECÍA – Rafael de León NEGRO
Me lo contaron ayer
las lenguas de doble filo,
que te casaste hase un més
y me quedé tan tranquilo…
Otro cualquiera en mi caso,
se hubiera echao a llorá,
yo, cruzándome de brazos
dije que me daba igual.
Nada de pegarme un tiro
ni enredarme en maldiciones
ni apedrear con suspiros
los vidrios de tus balcones.
¿Que te has casao? -¡Buena suerte!
Vive cien años contenta
y a la hora de la muerte,
Dios no te lo tenga en cuenta.
Que si al pie de los altares
mi nombre se te borró,
por la gloria de mi mare
que no te guardo rencor.
Porque sin sé tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
yo fui quien más te ha querío,
con eso tengo bastante.
Y haciendo un poco de historia,
nos volveremos atrás,
para recordar la gloria
de mis días de chaval.
-¿Qué tiene el niño, Malena?
Anda como trastornao,
le encuentro cara de pena
y el colorcillo quebrao.
Y ya no juega a la tropa,
ni tira piedras al río,
ni se destroza la ropa
subiéndose a coger níos.
¿No te parece a ti extraño?
No es una cosa muy rara
que un chaval de doce años
lleve tan triste la cara?…
Mira que soy perro viejo
y estás demasiao tranquila:
¿Quieres que te dé un consejo?
Vigila, mujer, ¡vigila!
(Y fueron dos centinelas
los ojitos de mi mare):
-Cuando sale de la escuela
se va pa los Olivares.
-Y ¿qué es lo que busca allí?
-Una niña. Tendrá el mismo tiempo que él.
José Miguel, no le riñas,
que está empezando a querer.
Mi pare encendió un pitillo,
se enteró bien de tu nombre,
y te compró unos zarcillos
y a mí un pantalón de hombre.
Yo no te dije ¡te adoro!
pero amarré en tu balcón
mi lazo de seda y oro
de primera comunión.
Y tú, fina y orgullosa,
me ofreciste en recompensa
dos cintas color de rosa
que engalanaban tus trenzas.
-Voy a misa con mis primos.
-Bueno, te veré en la Ermita.
Y qué serios nos pusimos
al darte el agua bendita.
Mas luego en el campanario,
cuando rompimos a hablar:
-Dice mi tiíta Rosario
que la cigüeña es sagrá,
y el colorín, y la fuente,
y las flores, y el rocío,
y el romero de los montes
y el bronce de esta campana
y aquel torito valiente
que está bebiendo en el río,
y aquella cinta lejana
que la llaman horizonte.
¡Todo es sagrao: cielo y tierra,
porque too lo hizo Dios.
¿Qué te gusta más? ¡Tu pelo!
¡Qué bonito le salió!
-Pues, ¿y tu boca, y tus brazos,
y tus manos redonditas,
y tus pies fingiendo el paso
de las palomas zuritas?
Con la pureza de un copo
de nieve te comparé;
te revestí de piropos
de la cabeza a los pies.
A la vuelta te hice un ramo
de pitiminí precioso.
Y luego nos retratamos
en el agüita del pozo.
Y hablando de estas pamplinas
que se inventan las criaturas,
llegamos hasta la esquina
cogidos por la cintura.
Yo te pregunté: -¿En qué piensas?
Tú dijiste: -En darte un beso.
Y yo sentí una vergüenza
que me caló hasta los huesos.
De noche, muertos de luna,
nos vimos por la ventana.
-¡Chis!… Mi hermanito está en la cuna,
le estoy cantando la nana.
«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco.»
Y mientras que tú cantabas
yo, inocente me pensé
que nos casaba la luna
como a marío y mujer.
¡Pamplinas! Figuraciones
que se inventan los chavales,
después la vía se impone:
tanto tienes, -tanto vales.
Por eso, yo al enterarme
que llevas un mes casá,
no dije que iba a matarme,
sino que me daba igual.
Mas como es rico tu dueño,
te vendo esta profecía:
Tú, cada noche, entre sueños
soñarás que me querías,
y recordarás la tarde
que mi boca te besó.
Y te llamarás ¡Cobarde!
como te lo llamo yo,
y verás, sueña que sueña,
que me morí siendo chico.
Y se llevó la cigüeña
mi corazón en su pico.
Pensarás: no es sierto nada.
Yo sé que lo estoy soñando.
Pero allá en la madrugada
te despertarás llorando,
por el que no es tu marío,
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío:
con eso tengo bastante.
Por lo demás, tó se orvía.
Verás cómo Dios te envía
un hijo como una estrella.
Avísame deseguida,
me servirá de alegría
cantarle la nana aquella:
«Quítate de la esquina,
chiquillo loco,
que mi mare no quiere
ni yo tampoco.»
Pensarás: Nno es sierto nada.
Yo sé que lo estoy soñando».
Pero allá en la madrugada
te despertarás llorando
por el que no es tu marío
ni tu novio, ni tu amante,
sino el que más te ha querío:
con eso tengo bastante.